Cuando llego, jadeante, mi padre está esperándome sentado sobre un tronco. El aire se había puesto oscuro y empañado un instante atrás, pero aquí, bajo los arcos verdes, la luz tiene un espesor de miel y sólo se respira un oxígeno burbujeante y diáfano.
Me siento junto a él. Está tan delgado como cuando murió, pero los ojos vivos contradicen su cuerpo.
-Papá, decíamos ayer que la vida es una herida absurda.
-Esas son cosas de los tangos, hija. Aquí nadie vive en vano. Este es el bosque.
-Pero decíamos que la vida es una pasión inútil.
-Esas son cosas de Sartre. Aquí no hay pasiones, aquí nada es inútil, aquí cada vida sirve a su función. Este es el bosque.
Y su brazo- apenas un hueso con las venas tatuadas- agrupa en un solo gesto los robles y los castañares, los pinos y los eucaliptos, los musgos y los líquenes, las espigas del tojo.
-Pero nacemos y morimos y es como si no hubiéramos vivido y somos apenas hojarasca que se pudre bajo los pies que pasan.
-Aquí nada se pierde y todo se transforma. Aquí nada se muere. Somos la gente de la tierra, las criaturas del árbol, la semilla que florece sin fin. Este es el bosque.
1 comentario:
Me gustó tu bosqué María.
Un beso.
Mónica
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