No soy, ni seré, poeta en New York pero recuerdo ese sueño: el sol no existe, es pleno invierno y el viento del Río Hudson sopla desesperado. Camino por las cercanías de Grand Central Station y observo tras la ventana de una habitación que da a la calle: un hombre se pinta los labios ante un espejo. Se parece al Dr Ephraim Bueno, médico judío y escritor, de Amsterdam, que fue pintado por Rembrandt: bajito, contrahecho, con barba de chivo y ojos muy pícaros. Me detengo y lo miro; él advierte que lo espío y me sonríe. Se da vuelta y hace una reverencia teatral para mí. Me doy cuenta de que es un payaso que está por salir a trabajar. Los payasos son como muertos bien vestidos, muertos disfrazados de alegría. Se amortajan para la risa. Así se burlan de la tragedia cotidiana.
de "Soñario", 2008
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